Había una vez un niño que tenía un dragón, un día salió a jugar con él a la calle y se le perdió.
Al día siguiente fue a llamar a sus amigos y les dijo que si habían visto a su dragón y sus amigos le dijeron que no.
Al cabo de unos días vio algo detrás de un coche, fue a verlo pero no era su dragón. Le entró mucha pena porque era uno de sus juguetes preferidos.
Un día el niño le dijo a sus padres que se le había perdido el dragón, no se lo había dicho antes porque se lo habían regalado ellos una vez que estuvo enfermo y sus padres le tenían mucho cariño al juguete, pero ahora tenía
que decírselo.
Pasó el tiempo y no se encontró, pero el niño no pasaba un día en el que no pensara en su querido dragón y en su interior nunca perdía la esperanza de que un día aparecería en donde fuese, se sentía muy triste y deseaba con
fuerzas volver a tenerlo con él.
Los padres viendo su tristeza le compraron otro igual y el niño se lo agradeció a sus padres pero pidió que lo devolvieran puesto que él quería el suyo porque este se lo compraron para sustituir al otro que se había perdido, pero el otro tenía el significado de que se lo habían regalado por estar enfermo.
Llevaba desde chico con él y le tenía cariño.
A las tres semanas fueron a ver a unos tíos suyos que no veía muy a menudo porque vivían muy lejos.
Después de llevar tan sólo diez minutos en casa de sus tíos le dijo su tía:
-¡Ah! Álvaro, tu primo se trajo el otro día cuando estuvimos en tu casa tu dragón entre sus juguetes sin darse cuenta y te lo he guardado dentro del mueble para que no se perdiera porque sé que le tienes mucho afecto y no quería que tu primo, siendo tan pequeño pudiera rompértelo, aquí tienes.
El niño cogió su dragón entre sus brazos y rió alegremente dándole un gran beso a su tía por lo feliz que era en esos momentos.
Desde aquel día nunca se separó de él y nunca más volvió a perderlo de vista cuando salía a la calle y tampoco cuando venía su primo a visitarles.
Abraham
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